Rapa das Bestas 2022

Desde pequeño me han fascinado los equinos.

Contaba con doce años cuando me enteré que habían abierto una hípica en el pueblo de al lado, allí me planté y nada más llegar me ofrecieron trabajar.

Mozo de cuadra seria mi primer trabajo remunerado, el que sacaba la mierda de los ponys era yo.

Me pasaba todos los fines de semana, festivos y vacaciones estivales en la cuadra. Aprendí a cuidarlos, montarlos y domarlos. También a herrarlos y curarlos. Fueron unos años preciosos a nivel de experiencia y formación.

Llegué a competir en un campeonato de España de salto y a plantearme vivir en mi pueblo para continuar mi labor caballar. Pero el judo se interpuso en nuestro romántico camino.

Este animal me acompaña durante toda la existencia.

He hecho el Camino de Santiago a caballo y no me planteo mi aventura en Mongolia con la lucha BOKH, sin cruzarme la estepa cabalgando.

El caballo siempre ha estado vinculado a la vida bélica del humano, de ahí que lo relacione con las artes marciales:

Este animal hizo posible que el ser humano se desplazase hasta lugares desconocidos. Al tiempo de comenzar dichos desplazamientos, se establecieron rutas comerciales en esos recorridos, cubriéndolas varias veces al año, gracias al transporte de nuestros compañeros equinos.

Los mongoles fueron el Imperio más poderoso durante el S.XIII, en veinticinco años conquistaron el mismo territorio que los romanos en cuatrocientos años. Dejaron a su paso diecisiete millones de muertos (el 5% de la población mundial en aquel entonces) y lo consiguieron gracias a su caballería (antiguamente se conquistaba así, matando todo ser viviente que no formase parte de tu imperio).

Los Mongoles, de gran tradición cavalar, llevaban mas de mil años montando a caballo con una sujeción de cuero en la punta de los pies. Este aparato sujeto a la silla de montar, hacia posible que el letal jinete, tuviese comodidad a la hora de cabalgar cientos de horas semanales.

También le otorgaba mayor estabilidad a la hora de matar desde la posición ventajosa de su équido, tirando con arco, lanzando o estocando.

La invención del estribo, revolucinó el sistema de desplazamiento y la forma de matar, por lo tanto de conquistar. Los mongoles fueron los primeros en subirse al carro de la revolución.

Desde aquel momento quien tuviese la caballería mas diestra en su ejército, tenia muchas papeletas de salir victorioso. Y eso se ha mantenido hasta hace ciento cincuenta años.

Cualquier caballero de la edad media, no era nada sin su Rocinante, cualquier samurai no era nada sin su Jaco.

Y como Ronin me encanta hacer mis pinitos con este animal, relacionándolo con mis luchas y las tradiciones que encuentro al respecto en mi país.

Este verano me desplacé a Vimianzo (fui con mi furgo, nada de caballos). En este pueblo del interior de Galicia, mantienen viva una tradición que llevaba años observando: LA RAPA AS BESTAS.

Una lucha real entre humano y la bestia, con fines pedagógicos, eso sí.

La única intención de someter al animal en el suelo, es la de cortar sus crines y su cola. Es en esta zona de pelo, donde el animal suele albergar gran cantidad de pulgas y garrapatas, ocasionándole diferentes infecciones y enfermedades.

Las bestas de Galicia, son caballos salvajes de raza Gallega, animales que llevan miles de años trotando por los montes Galegos.

Estos corceles, pastan a sus anchas durante trescientos sesenta y tres dias al año, durante dos dias, los del pueblo los reclaman.

De buena mañana nos plantamos en el Monte do Faro, zona boscosa donde conviven tres manadas salvajes. Cada manada cuenta con unas cuarenta yeguas y un caballo.

Me esperaba que fuesen de tamaño más menudo, me asombró la altura a la cruz (el hueso mas alto del cuerpo de los jacos, con el que usualmente se establece su talla) que poseían tanto ellas como él, que sobresalía por encima del clan….

Hace años yo tiré a ese. Este año no creo que le tiremos…. Con esto del Covid, andamos desentrenados….
Me comenta Pablo, varón de pura raza gallega, mientras conduce un Suzuki Vitara por entre los pinos y los caballos, cual Rally Dakar.

Aquella mañana utilizaron todoterrenos, motos, caballos y hombres con palos (yo era de este batallón) para ir agrupando los ejemplares y conducirlos al curro (corral donde se alojan a las bestas durante dos dias), aquí se procederá a desparasitarlos con Zotal . Adoro ese olor a desinfección, me recuerda mis años en la cuadra fumigando el suelo y a los animales con dicho producto.

A raiz de esa fase laboral de mi infancia, estuve años curándome cualquier hongo/herida de mi cuerpo con este producto. Creo que me inmunicé ante cualquier cáncer.

Las Rapas son organizadas por asociaciones cavalares; mujeres y hombres que velan por la salud de sus animales salvajes, con el objetivo que sus descendientes les cojan el testigo. De esta forma, mantienen viva la tradición.

Pablo forma parte activa de esta asociación cavalar do monte do Faro, los cuales alimentan a diario a los animales (comprando el pan sobrante del panadero del pueblo) y custodian a diario su seguridad:

La mayoría de los integrantes de dicha asociación, emplean sus fines de semana y vacaciones anuales, en cuidar las manadas de su zona. Los acechan de largo y analizan que las madres se hagan cargo de sus hijos, al que ven más delgado de lo normal lo fichan para analizarlo en la próxima Rapa. Al que ven que cojea, lo apartan para llamar al veterinario y que intervenga, de esta forma evitan que la lesión desemboque en una patología mayor.

Los ciento veinte animales que pastan por encima de las nubes (la estampa era increíble) son vacunados y chipeados (chip de control veterinario). De esta forma consiguen aumentar el numero de ejemplares saludables y preservar la raza autóctona.

Los veterinarios están presentes en la Rapa, haciendo ejemplar trabajo cuando el animal esta sometido (quieto).

La única forma de someter a un animal salvaje es mediante una soga (la imagen que tenéis del cowboy americano lanzando un lazo a las vacas) y mediante los brazos, en Galicia van a brazo.

La única forma por la cual la cuerda es el medio utilizado en todo el santo mundo menos en las Rapas Galegas, es que tirar a brazo a un animal de trescientos kilos, es como poco, arriesgado.

Ten en cuenta que el animal no es consciente que lo están reduciendo por su bien, por lo que lucha y se remueve como si le fuese la vida en ello. Como haría cualquier animal, a mi tampoco me gusta cuando me inmovilizan en el suelo y no encuentro salida alguna. Es ahí cuando empiezo a revolverme y cocear cual Cavalo Galego.

La estancia en el suelo dura pocos minutos, lo justo para que le rapen y hagan las pruebas pertinentes, hasta el año que viene.

La fiesta que montan alrededor es increíble.

Gaitas y alcohol inundan el “prao” de la zona baja de Monte Faro.

El sábado que condujimos los animales al curro, me invitaron a comer los mejores callos que he probado nunca. No me conocían de nada, simplemente se acercó a mi el señor Pejo (al día siguiente compartiría equipo de Rapar con Pejiño, su hijo) y esclató:

Aquí el que curra, come.
Para mi no había sido currar, disfruté corriendo con mi vara tras cien animales a galope. Aprendí a separar las yeguas mas viejas y que no fuesen seleccionadas para Rapar, ya que pueden ser dañadas.

Tampoco se toca a los potros, a los cuales se separa antes de la Rapa a esperar que esta concluya.

Algunos de ellos no volverán a la manada, ya que serán vendidos. Los gallegos compran sus propios caballos de raza, a sabiendas que se llevan un noble animal a sus cuadras y que colaboran con la preservación de su fauna autóctona (además los venden por kilo de peso, te puedes llevar un potrillo a casa por unos ciento cincuenta euros).

La fiesta que tuvo lugar el sábado fue apoteósica, aunque no la viví, simplemente escuchaba la verbena en la lejanía. Preferí irme a la furgo a descansar y a prepararme para la batalla del dia siguiente.

Domingo por la mañana continuamos haciendo labores ganaderas, les dimos de comer manjares que no acostumbran en la salvaje montaña y tratamos las dolencias de algunos de ellos.

Todo el pueblo se acercaba a ver a los caballos salvajes de su zona, estabulados por dos dias.

Todos los currantes de la rapa, dieron un paseo a lomos de su corcel. Yo no pude acompañarlos, puesto que no tenia animal en propiedad… algún día eso cambiará.

Después de la excursión, se dispusieron a comer: empanada gallega, carne asada y pulpo, bañado en ingentes cantidades de pócimas alcohólicas.

A sabiendas que lo recolectado por la comida (al igual que todas las consumiciones de la verbena y las ventas de los potros), era recaudado por la asociación e invertido íntegramente en el cuidado de sus custodiados animales: vacunas, chips, jornales de veterinarios, vallado del monte para mantener la semi libertad… es decir, toda la fiesta de la Rapa esta organizada para que los miembros de la asociación no tengan que poner un duro de su bolsillo, únicamente su tiempo libre y sus conocimientos equinos.

Sabeedor de este hecho, amoquiné mi menú pero rehusé de su ingesta, demasiada comida previa a lanzarme al cuello de una besta.

Me fui a la furgo y me comí un par de latas de atún con pimientos. Me eché una siesta. Me tomé mi café con miel y me hice mis ejercicios de movilidad previos a cualquier competición.

Llevaba todo el finde diciendo a los lugareños que me iba a meter a rapar, me miraban con extrañeza cuando escuchaban la afirmación:

¿Tú sabes dónde te metes chaval?
Les explicaba que los Ronin no tienen mucho conocimiento, pero son valerosos y decididos, de algo serviría en el ruedo.

Nada mas llegar al curro nos pusieron camisetas de tres colores distintos, me explicaron que mientras un equipo Rapa los otros descansan.

Acto seguido me hicieron firmar un papel de exención de riesgos, si moría en el ruedo era mi responsabilidad. No fue el caso, pero habría sido un final glorioso.

La fiesta empezó con los potros, debíamos de sacar unos cuantos que se habían quedado rezagados en la manada. Teníamos que separarlos para evitar una fatal estampida por parte de los adultos.

El primer tacto fue con un pequeñajo de cincuenta quilos… Alucinante la fuerza del animal, que no cesó de encabritarse a dos patas.

¿Tenéis alguna forma en concreto de tirarlos al suelo?
Tú imítanos.
Nadie conseguía explicarme como debía de actuar, todos se limitaban a decirme que actuase con el grupo.

Una vez había calentado motores y analizado de cerca la estrategia grupal (había visto a los otros grupos acechar y proyectar a dos bestas), me agarré los machos y me tiré al cuello de mi contrincante, una preciosa yegua marron de cuatro años de edad.

Los siguientes cinco segundos fueron bestiales, nunca mejor dicho. Se me hicieron eternos.

El animal galopaba asustado estampándose contra todos sus congéneres, al poco tiempo comenzó a reducir la marcha, hasta que acabó parándose.

Es en este instante cuando los seis morlacos que andábamos colgados de sus trescientos kilos, aprovechamos para agarrarnos un “pelín” mejor y mejorar nuestras palancas, aun así la pequeña seguía estando bien plantada al suelo.

El aloitador que amarraba su cabeza, comenzó a girarle la testa, de forma que el animal retrocedía ligeramente (marcha atrás). Al mismo tiempo el aloitador aferrado a su grupa, amarró la cola y se la metió entre las piernas…. En ese instante ambos gritaron al unísono “ahora”!!

El compañero que sujetaba la cola por entre las piernas, la levantó, aupando ligeramente los cuartos traseros del animal… El aloitador le giró la cabeza y el resto de aloitadores que estábamos en el medio del animal, empujamos como nunca….

El animal cayó al suelo y los seis nos colocamos encima de él…. Unos utilizaban su peso para que el animal no se moviese…. Yo tuve la “suerte” de caer en la cabeza del animal… ya tumbado en el suelo, la sujete con firmeza (similar a una llave de judo), le tapé los ojos para que no se asustase y le empecé a acariciar…noté como dejaba de hacer fuerza y se sometía…

Me dieron unas tijeras y me dijeron que le cortase la crin, que era el mejor colocado para ello, así que empecé con la operación….

A las dos horas llevábamos mas de cien animales rapados, fue una experiencia única, formar parte de una tradición tan bélica y salvaje, pero al mismo tiempo tan natural y conectada con la madre tierra.

Al día siguiente no podía ni pestañear. Descubrí una olita preciosa en la costa da morte y no fui capaz de surfearla. La lucha equina pasaba factura.

Me fascinó descubrir como tratan y cuidan al hermano caballo. Estas fiestas están hechas para dar visibilidad a la tradición y recaudar dinero para que la actividad del cuidado continue.

Pero las verdaderas rapas, se hacen durante el resto del año. Diaria y semanalmente, esta gente emplea su tiempo y conocimientos para que a los animales no les falte de nada. Su ocio consiste en custodiar la pura raza gallega, sin su labor no existiría.

Al igual que el resto de luchas peninsulares, considero que es una tradición preciosa que merece todos mis respetos, tanto por la labor efectuada como lo que supone meterte en un curro a rapar animales salvajes.

Al igual que mi amada lucha leonesa, los celtas tienen mucho que ver en esta tradición cavalar…cuanto bien hicieron por nuestra zona Norte…

El año que pueda me pasaré por tierras Galegas a repetir la proeza, disfrutando de la relación del ser humano con su ancestral compañero, el caballo.

En una de esas incursiones me pasearé por algún club de Loita Galega (muy parecida al resto de luchas hispanas al cinturón), ya os contaré si es mejor “agarrarse” a un mozo que arroja yeguas al suelo o un mozo Gallego que lleva cinturón.

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